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19/11/10

Una frase. Una historia

Si mirásemos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas.

Ella miró al cielo, las estrellas se extendían por toda la bóveda celeste formando miles de constelaciones,a su alrededor sólo había oscuridad, la única luz era la de la luna y el reflejo de las estrellas. Pequeños diamantes repartidos sobre la noche, parpadeantes luces lejanas que había sido testigos de las mayores desgracias de todos los tiempos pero que también habían sido escenario de los más grandes romances, discretas observadoras de besos robados en la noche y oyentes de las palabras de amor más bonitas jamás pronunciadas...
Pensar en la inmensidad del universo la intimidaba. Se sentía realmente pequeña tumbada sobre la hierba, un diminuto radiante de felicidad entre millones y millones de sentimientos en todo el mundo. Miraba la estrellas y se sentía insignificante ante la grandeza del mundo.
Pensó como sería, como se vería ella si fuese una estrella,entonces se giró hacia él, lo obsevó durmiendo a su lado, sonrió y se imaginó siendo la estrella más brillante del cielo, esa estrella que era la primera que ves al atardecer y la última que se esconde al alba. Era grande, con luz propia, pura felicidad, la estrella del Norte que la observaba y brillaba aprobando sus actos.
Ya no se sentía diminuta, lo oía respirar a su lado, sentía subir y bajar su pecho al compás de su respiración pausada, la respiración de quién duerme placidamente, acomodó la cabeza en su hombro y continuó mirando el cielo. Sabía que junto a él siempre sería la estrella más brillante, la noche no le daba miedo y se sentía realmente grande. Grande en sueños, grande en ilusiones, grande en felicidad, había conseguido sus alas tras mucho tiempo mirando al cielo, ahora podía alcanzarlo, el cielo lo tenía a tiro de sus labios.


NZRw*



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